Sumario:
La edad preislámica y la sociedad beduina en la
interpretación de F. Corriente;
Las diez Mu'allaquāt; d. La
discusión sobre la autenticidad.
El poeta 'Abīb
b. al'Abraş al'Asadī
Pasajes
significativos de su casida;
Bibliografia
La
edad preislámca y la sociedad beduina en la interpretación de F.
Corriente
El edad preislámica
es llamada por los árabes Yahilliyya,
edad de la ignorancia: “es
decir, la desproporción entre ofensas y represalias”
(Jaime Sánchez Ratia: Treinta poemas árabes
en su contexto. Madrid 2006. Ediciones
Hiperión; p. 23 ). En el último siglo de esta edad, que precedió
la llegada de Mahoma, fue notable el desarrollo de la poesía.
El contexto social en que nació esta
poesía era esencialmente el de las tribus de beduinos nómadas: en
cada tribu, se agrupaban familias y clanes que contaban con un
ancestro común, real o imaginario y mítico.
Me parece que la descripción del ese ambiente es
particularmente eficaz en el libro de Federico Corriente
Córdoba y de Juan Pedro Monferrer Sala:
Las
diez mu'allaqāt
(Hiperión, Madrid 2005), así que voy a mencionar unos pasos de esta
obra:
Lo que
une a los miembros de una misma tribu es el vínculo de sangre, ya
sea real, ya supuesto, considerándose todos parientes en sentido
lato...” (p. 59) […] El vínculo de sangre, sea real o presunto,
como ya se ha dicho, crea la solidaridad entre los miembros de la
tribu, donde el honor y el deshonor de cada miembro repercute
directamente en todo el grupo. Una maldición no recae sobre un
único individuo, sino que abarca a toda la tribu. La obligación más
grave que recae sobra el nómada es la de vengar la sangre (ta'r),
cuando hubiera motivo para ello (p. 60) […]. En este ambiente se
establecen los perfiles morales del beduino: crueldad y violencia,
para defender su único medio de vida y de propiedad mobiliaria, su
ganado;
rapiña,
para arrebatarlo a los otros,
como la de todo el que conoce miserias;
solidaridad al grupo (cașabiyyah),
única garantía di supervivencia del individuo en un medio
despiadado; identificación con la naturaleza ruda pero lírica, como
en todas las estepas donde la soledad engendra melancolía y
sentimiento […]; fuerte patriarcado dentro de la jerarquía tribal,
que garantiza la unidad de mando y opinión y el éxito en la lucha
por la vida, a menudo armada[…] (pp. 60-61). Hasta en sus
creyencias, el nómade difiere del sedentario agrícola, que se
muestra, en asunto de religión, interesado, pero simple y crédulo
hasta la necedad, zumbón y desconfiado de su clero, pero temeroso de
sus poderes, y siempre tendiente
a concretar y a antropomorfizar sus dioses en la madre tierra que lo
sustenta y en objetos palpables; el nómada, en cambio, es más dado
a la metafísica, cree en un Ser sobrenatural, inefable e
inconcretable, cuya esencia sólo simbolicamente se infunde a objetos
materiales, poderoso, conocedor del oculto, señor absoluto de vidas
y haciendas, aunque en última instancia en sus inescrutables
designios, generalmente disinteresado en la conducta humana, que ha
de gobernarse no por la esperanza de retribución de ultratumba, sino
por el respeto de sí mismo y de la propia fama de la persona y sus
descendientes. (p.
61)